La Tribu de los Nasobucos
La plaga de la pasividad
De no ser
por la prensa independiente, el coronavirus en Cuba quedaría 'como una
impertinente cepa gripal que obligó a los funcionarios a vestir con nasobuco'.
Andrés
Reynaldo
Miami 02
Mayo 2020 - 11:52 CEST ddc
En
Occidente, a través de los siglos, las plagas agitan las ideas. Hoy, con la
plaga del virus chino, apenas queda tiempo para dividir la atención entre la
polémica científica y la polémica civil. De página en página, pasamos de la
crítica de la cloroquina a la crítica de la civilización, del conteo de
anticuerpos a la auditoría de las arcas nacionales. No hay político que no lleve
dibujada en la espalda la diana de nuestra ansiedad.
A
Kierkegaard, cuya muerte a los 42 años corrobora que el verdadero genio madura
en juventud, debemos la observación de que la ansiedad es el mareo de la
libertad. Bienvenido, pues, el mareo. Para aquellos que hemos vivido bajo la
dopamina totalitaria es de alguna manera reconfortante el espectáculo de
instituciones, prensa y ciudadanos libres confrontando los errores de sus
líderes, exigiéndoles convertir lo imposible en lo posible. Puede que no nos dé
absoluta seguridad. Basta con que establezca un margen razonable de esperanza.
En Cuba, ni
polémica científica ni polémica civil. Cabrera Infante (últimamente vuelvo a
tocar puerto en su fascinante lectura) decía que Cuba era un sueño que salió
mal. Yo lo veo como el fallido intento de un Caribe que se resistía a ser la
parodia de lo mediterráneo y la antítesis de lo anglosajón. Un sueño
occidental. Que salió muy mal.
La
inteligencia de la isla muere por asfixia. Pocos son capaces de obras y
proyectos de un valor permanente en una cultura que cada vez se vuelve más
autoreferencial; si cabe la frase, menos sedienta de trascendencia. Menos
celosa de su excelencia. La cultura es, sobre todo, ambiente. Y el oxígeno del
ambiente de una sociedad es la crítica.
Si no se
puede decir que Silvio desafina, que García Márquez es, básicamente, un canon
juvenil y que Alicia ya solo daba en sus últimas décadas para bailar valet
parking, ¿cómo condenar las potencialidades suicidas del Interferón, la
explotación del personal médico internacionalista y, en suma, el desamparo de
la población a manos de una mafia que lleva 60 años actuando como un despiadado
ejército de ocupación?
De no ser
por la prensa independiente, el tránsito de la plaga a través del territorio
nacional quedaría para los historiadores futuros como una impertinente cepa
gripal que obligó a los funcionarios a vestir con nasobuco. (Por cierto, Randy
Alonso no debía volver a quitárselo jamás.) Del origen de la plaga, ni hablar.
En todo caso, la mano propagadora apunta hacia EEUU. Una búsqueda de la palabra
"Wuhan" en el sitio Cubadebate nos remite a un repertorio de
servilismo prochino que excede el enmascaraje de la propaganda en Beijing.
Al repasar
periódicos y publicaciones italianas, francesas, británicas, norteamericanas,
españolas, para citar los principales focos, destaca la urgencia de lucidez de
sus intelectuales, el magma contestatario de una población en ejercicio de sus
derechos. La plaga pone al descubierto fracturas subterráneas, destruye la conformidad,
ridiculiza la retórica política, saca a la luz las imprecisiones de la ciencia.
Su inadmisible costo humano impide saludar esa purificación en el caos. Pero
uno se da cuenta de que muchas cosas van a quedar más claras.
No así en
Cuba. Allí, la nueva normalidad será un regreso a la vieja anormalidad.
Infantilizado en la opresión, aturdido en su miseria, el cubano es incapaz de
decir "no". Una pasividad que no se explica solamente por el miedo
sino por una quiebra de su identidad, por la ausencia de responsabilidad con su
propia persona, por su incapacidad de escándalo ante el dolor.
Triste país el nuestro, despojado hasta de la
ansiedad.
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