"Un libro sobre la tradición; la tradición y la creación poética y literaria"
Para los que no le tememos al pasado , y a lo que ha pasado , conocemos su rostro y sufrimos sus secuelas.
«De un poder que es más fuerte que cualquier poder material y meramente humano.»
Gonzalo Rodríguez García
ARMANDO DE ARMAS: UNA BATALLA POR LA TRASCENDENCIA
Presentación al libro de Armando De Armas por Andres
Reynaldo
Estamos en el alba tormentosa de un nuevo
Espíritu Epocal. Vacilante ante sus enemigos internos y externos, Occidente ha
llegado a un estadío de ruptura en que debe elegir entre su renovación en la
Tradición y el falso y autodestructivo humanismo de la postmodernidad. Ni
siquiera durante las dos guerras mundiales del siglo XX se había hecho tan
pertinente la advertencia del Deuteronomio (32:20): “Les voy a ocultar mi
rostro, a ver en qué paran”.
Este
libro de Armando de Armas, breve de páginas y pródigo en saberes, nos invita a
renovar nuestra mirada en viejas fuentes, a desbrozar la selva positivista que
se cerró a nuestras espaldas, separándonos de la original conexión con el
principio de simpatía entre el hombre y el cosmos definido por Plotino y que hace
unos años Reiner Schürmann nombrara como “la metafísica de una radical
trascendencia”.
En
la introducción al libro, Armando sitúa su obra en el espectro de lo que él ha
bautizado como realismo metafísico. Llega a esa conclusión, nos dice, durante
la presentación de uno de sus libros, cuando un lector se interesa en saber a cuál
corriente suscribiría su quehacer literario. (Episodio de invertida mayéutica
en que la pregunta del discípulo conduce a la iluminación del maestro). Por
despeje de factores, lo suyo no son el naturalismo y el realismo decimonónicos,
el realismo dramático de la moderna narrativa anglo-americana y menos que menos
el realismo socialista. En un desafío a la moda también queda fuera esa
adormecedora camisa de fuerza adornada con motivos tropicales que es el
realismo mágico latinoamericano (más bien una pijama de fuerza), reducido a una
fórmula inane, digo yo, por no alcanzar nunca la vital profundidad ni la
universalidad de los caracteres de sus matrices clásicas y cuya cumbre moderna
no está en García Márquez y otros facsímiles razonables sino en Rabelais y
Cervantes.
Armando
declara que su escritura busca abarcar “la superficie de los seres y las cosas,
lo visible, y la profundidad de los seres y las cosas, lo invisible, el mundo
de la materia y el mundo de lo numinoso, lo finito como manifestación de lo
infinito, la representación y la presencia; el símbolo y la cosa simbolizada en
suma”. Se trasluce, entonces, que su ambición es participar de la visión total de
los aedas nórdicos y los bardos indios, persas y griegos, cuando aún la poesía
es rito y su primera función es comunión. Esta visión gana su apoyo en la
inagotable herencia greco-latina, los místicos de las tradiciones hebreas,
cristianas y musulmanas, los grandes maestros budistas, en fin, en las enseñanzas
de los pensadores y creadores, antiguos y contemporáneos, que aspiran a
descifrar la trama universal y misteriosa subyacente en todo tema y en
cualquier época.
En su
ensayística, nos dice, su propósito es “desmitificar la realidad rampante de
los mitos disfuncionales que se expresaban en dogmas políticos, sociales y
académicos al uso”, mientras en la narrativa intenta “mitificar la realidad en
sincronía con los mitos fundacionales sobre el origen de los dioses, los
hombres, la cultura y las naciones”. Armando continúa esta línea de pensamiento
en el que viene a ser el primer ensayo, titulado “Nada nuevo bajo el sol”. De
hecho, lo que él llama, pienso que por un afán de precisión epistemológica,
realismo metafísico, está inscrito en toda voluntad clásica que se expresa a
partir de la Tradición a fin de continuarla por nuevas ideas, sirviéndose de nuevos
medios y abriendo nuevas interpretaciones. Cita a continuación una larga lista
de grandes autores cuyas obras manifiestan esa conexión con la esfera primordial,
el poder de penetración en la esencia de los fenómenos. Están citados ahí,
entre otros, los visionarios que revelan la conjunción de las religiones en el
Uno, como Guenon; los que devuelven el poema a una dimensión profética como
Blake y Pound; los que recrean y entretejen una y otra vez la madeja de las
civilizaciones, como Goethe, Hess, Borges, Paz; los que anticipan el brutal
descenso en el nihilismo, el absurdo y la negación de Dios, como Nietzsche y
Dostoievski; y los que presagiaron, como Huxley y Orwell, la inminente pesadilla
de una servidumbre administrada por intocables elites burocráticas y
financieras con avanzados medios tecnológicos. Todos, a su manera y en su circunstancia,
preparándonos para esa guerra futura, quizás ya de hoy, que será en palabras de
Philippe Sollers “total y espiritual y, en consecuencia, invisible en gran
parte”.
A
partir de los siguientes ensayos “El hombre pez” y “Luz y sombra en la creación
artística que mana de lo numinoso”, Armando hace converger su estética en la
acción. La misión en la batalla del espíritu es liberar a este hombre
“esencialmente disminuido” […] que piensa “que el mundo de la pecera es el
mundo, o el mejor de los mundos posibles, peor aún, piensa que piensa pero no
lo hace, piensa que es libre pero no lo es”. Luego, en los ensayos “La
oscuridad del realismo metafísico no sería más que oscuridad de Dios” y “El
peligro de la cultura materialista”, el autor hace su vela de armas (valga la
coincidencia) por la novela moderna: “expresión de libertad en un mundo que no
es libre”. De ahí pasa a considerar los claroscuros del escenario del combate,
donde el Bien y el Mal (no nos equivoquemos, ese es el tema central de las
obras verdaderamente transformadoras) opera en las tinieblas de nuestro propio
entendimiento, degradado por un “racionalismo relativizante”.
¿Cómo salvarnos? ¿Cómo salvar la
civilización? Habría que elevarse sobre la historia, “apoteosis de las
apariencias”, según Ciorán, para comprender que la debilidad que nos paraliza
frente a nuestros evidentes enemigos surge, dice Armando, de “la cultura
materialista, que ha permeado, encallecido y acanallado a la sociedad
europea-estadounidense desde la Revolución Francesa para acá”. China, el terror
islámico, el Deep State, la codicia
globalista de amplios sectores del gran capital medran en el olvido de lo que
realmente somos, en la abdicación de nuestra alma. Lo mismo ocurre con la
izquierda, tanto la radical como la que se autoproclama moderada y acepta pasar
por las urnas. Derrotado por el capitalismo su empeño de instaurar la colectivización
forzada, ahora le propone al capitalismo la ganancia de la colectivización
inducida. Dice Armando: “Una cultura, una nación o un imperio no decae y
desaparece por motivos de carencias materiales, decae y desaparece cuando en la
plétora de riquezas materiales se aleja de la tradición espiritual gracias a la
cual ha prosperado, así, empobrecido el espíritu, empobrece, enferma y muere en
consecuencia la cultura, la nación o el imperio; la cultura siempre como un
puente entre el espíritu y la manifestación material de la nación o el
imperio”.
En “Cabalgando el tigre con Evola”, Armando
nos remite a Henry Miller y Julius Evola, dos autores fundamentales de la
resistencia contra “la locura organizada del mundo normal”, en palabras de este
último. Si Miller resiste mediante la potenciación del sustrato dionisíaco,
Evola lo hace, como Ernst Jünger, con un llamado a la emboscadura. A este
nivel, a mi juicio, el libro profundiza en la apoyatura de la tesis de Armando,
y lamento que la esquemática brevedad impuesta a una presentación impida el comentario
en su merecida largueza. Tal vez, el lector coincida conmigo en que los ensayos
“Politeísmo y monoteísmo: plausible influencia en la creación literaria” y “La Ilíada y la Biblia” constituyen una unidad. Ambos textos llevan el asunto al
punto de partida de la literatura y el arte occidentales, a saber, el politeísta
arquetipo ilíaco y el monoteísta arquetipo bíblico. El primero, dice Armando,
determina una creación literaria en una espiral. El segundo, “determina una
creación literaria que se expresa como una progresión hacia adelante”. La Ilíada como matriz del realismo
metafísico; la Biblia como matriz del
resto de los realismos. Contrapunto occidental entre infinitud y temporalidad.
Las piezas tituladas “Los fundamentos
metafísicos de los géneros literarios”, “Dioniso-Apolo o el espíritu de la
nueva época” y “Las puertas del cielo y el infierno”, traen la meditación de
vuelta a la Historia. Topamos de nuevo con Plotino, sobre “el efecto benefactor
de la belleza en la conciencia del hombre” y el principio de la simpatía, que
une las cosas y los seres, y los hace converger sobre el mundo. La guerra
contra la belleza, dice Armando con gran tino, comienza igualmente con la
Revolución Francesa. Vimos que, en el Renacimiento, las artes y la arquitectura
dan un salto hacia arriba en aras de una mayor perfección. En cambio, cuando la
idea del progreso racionalista justifica la destrucción de la Tradición, el
salto será hacia abajo: el abismo de una experimentación hacia la fealdad y la insustancialidad.
Ya no importa que Dios vea nuestras obras. Dice Armando: “[…] se hace difícil
diferenciar entre una iglesia y una agencia de seguros, entre una funeraria y
una fritanga, los bancos como templos y el dinero como Dios; Google como
maestro”. Traza a continuación el arco histórico desde 1789 a 1989 y observa
que con la caída del comunismo en Europa no asistimos solamente al triunfo de
las democracias liberales sino también al comienzo de su fin.
Los últimos 10 ensayos o tratados, algunos
muy breves aunque no leves, se ocupan de José Martí. Partiendo de la lectura
del Diario de campaña, Armando nos
ofrece la perspectiva del Martí que, por primera vez en sus 42 años, queda iluminado
por dos experiencias radicales, intransferibles: la guerra como presencia,
promesa y superación de la muerte, y la fascinación sacra con una naturaleza
exuberante que desborda sus sentidos y, en ocasiones, su sintaxis. Armando ve en
las páginas del 9 de abril al 17 de mayo de 1895, la concreción de Martí como
un realista metafísico. Apenas en tres semanas, el prócer se deshace de la
impedimenta conceptual del discurso patriótico-político. Será por eso, me atrevo
a pensar, que de toda la obra martiana sea lo menos conocido, lo menos buscado,
lo menos exaltado por políticos y académicos. Acierta Armando al ver en ese
hombre en continuo trance las características de los místicos guerreros de las
antiguas tradiciones indoeuropeas consideradas por Evola en su Metafísica de la guerra. Concluye: “Sólo
así, mediante la idea de la metafísica de la guerra, nos sería dado el poder
aprehender el enigma de Martí el Apóstol, el Homagno, el Hombre Nación”.
He leído este libro con la gratitud debida
a un extraordinario regalo. Una descomunal batalla se cierne en el horizonte de
Estados Unidos, en particular, y de todo Occidente, en general. Evola dijo que,
cuando un ciclo de civilización llegaba a su final, era difícil lograr algo
oponiéndose frontalmente a las fuerzas en movimiento. Lo esencial, agregaba,
era no dejarse impresionar por su omnipotencia, por su aparente triunfo. Y
advirtió: “Esas fuerzas, privadas de conexión con un principio más alto, tienen
una cadena corta”. En efecto, estas fuerzas aniquiladoras tienen bancos,
expertos, intelectuales, gobiernos, museos, activistas violentos y pacíficos, cadenas
de televisión, espías, ejércitos. Tienen, sobre todo, el poder de seducir a la
chusma. Pero carecen de la sustancia y el aliento de una tradición. Son tribus
sin libro, sin comunión, sin sed de trascendencia. Ahora, debemos mantenernos
despiertos durante la larga noche, como proponía Hoffmansthal, para recibir a
los que vendrán en la mañana. Gracias, Armando, por no dejarme pegar un ojo.
Andrés Reynaldo.
Miami, diciembre 17 del 2022.